miércoles, 22 de octubre de 2008

El recogimiento

El Hambre


Tened presente el hambre: recordad su pasado

turbio de capataces que pagaban en plomo.

Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,

con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

El hambre paseaba sus vacas exprimidas,

sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,

sus ávidas quijadas, sus miserables vidas

frente a los comedores y los cuerpos salubres.

Los años de abundancia, la saciedad, la hartura,
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.

Para que venga el pan justo a la dentadura

del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.



Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,

los que entienden la vida por un botín sangriento:

como los tiburones, voracidad y diente,

panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

Años del hambre han sido para el pobre sus años.

Sumaban para el otro su cantidad los panes.

Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños

de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,

cicatrices y heridas, señales y recuerdos

del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:

cerdos con un origen peor que el de los cerdos.



Por haber engordado tan baja y brutalmente,

más abajo de donde los cerdos se solazan,

seréis atravesados por esta gran corriente

de espigas que llamean, de puños que amenazan.



No habéis querido oír con orejas abiertas

el llanto de millones de niños jornaleros.

Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas

a pedir con la boca de los mismos luceros



En cada casa, un odio como una higuera fosca,

como un tremante toro con los cuernos tremantes,

rompe por los tejados, os cerca y os embosca,

y os destruye a cornadas, perros agonizantes.



El hambre es el primero de los conocimientos:

tener hambre es la cosa primera que se aprende.

Y la ferocidad de nuestros sentimientos,

allá donde el estómago se origina, se enciende.

Uno no es tan humano que no estrangule un día

pájaros sin sentir herida en la conciencia:

que no sea capaz de ahogar en nieve fría

palomas que no saben si no es de la inocencia.



El animal influye sobre mí con extremo,

la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.

A veces, he de hacer un esfuerzo supremo

para acallar en mí la voz de los leones.



Me enorgullece el título de animal en mi vida,

pero en el animal humano persevero.

Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,

bajo tanta maleza, con su valor primero.



Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos

donde la vida habita siniestramente sola.

Reaparece la fiera, recobra sus instintos,

sus patas erizadas, sus rencores, su cola.

Arroja sus estudios y la sabiduría,

y se quita la máscara, la piel de la cultura,

los ojos de la ciencia, la corteza tardía

de los conocimientos que descubre y procura.



Entonces solo sabe del mal, del exterminio.

Inventa gases, lanza motivos destructores,

regresa a la pezuña, retrocede al dominio

del colmillo, y avanza sobre los comedores.

Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara

dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.

Entonces sólo veo sobre el mundo una piara

de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.



Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,

tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,

el pan, el día, el hambre no tenga compartido

con otras hambres puestas noblemente en la boca.




Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera

hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.

Yo, animal familiar, con esta sangre obrera

os doy la humanidad que mi canción presiente.

Miguel Hernández

La Belleza de la voz

El nacimiento de la literatura



Los antropólogos de la Universidad de Duke, en los Estados Unidos, estiman que el hombre de Neandertahl, que habitó la tierra hace más de cuatrocientos mil años, poseía el don de la palabra. Esta novedad podría contestar una pregunta que hasta hoy no tenía respuesta.
Para encontrar esa respuesta habrá que retroceder hasta una tribu de Neanderthal, una noche en especial. Los hombres y mujeres están alrededor del fuego, buscan calor y celebran el fin de otra jornada. A la mañana de ese mismo día, los hombres habían partido de caza en busca de alimentos. Las mujeres, en tanto, cuidaban a sus críos. Ahora que el sol ya se fue, es tiempo de descanso y de contar las experiencias del día. Cada hombre dice como atrapó a la presa que perseguía. No saben mentir.
Pero para uno de estos hombres la caza había sido un fracaso. Cuando llega su turno, no tiene proezas para contar. Entonces decide inventarlas. Miente una cacería imposible. Lo hace con tal perfección que transforma una mentira en una historia bella y apasionante. Todos piden que la repita.
Aquella noche, sin saberlo, ese anónimo hombre de Neanderthal acababa de inventar la literatura.

Battista, Vicente

El nacimiento

En frasco chico

Editorial Colihue

Dionisios Navegando

Dionisios navegando. Decorado por Execias. 540-530 a.C. Procedente de Unla